Pie Grande y el rol de los mitos en nuestra vida

 



Existen muchos mitos y leyendas modernas; ninguno me atrapa tanto como Pie Grande. Este mito, en realidad, nace de la tradición de los pueblos nativos de Norteamérica: ellos ya tenían relatos de seres peludos y enormes que vivían en los bosques.


Los colonos europeos adoptaron y transformaron esas historias. Con el tiempo, el mito se mezcló con la cultura popular y se convirtió en un símbolo del misterio y lo desconocido.


Pero fue a mediados del siglo XX, sobre todo después de la famosa filmación Patterson–Gimlin (1967), que muchas personas aseguraron haber visto huellas enormes, escuchado ruidos extraños o incluso presenciado a la criatura.


Resulta poco creíble para nosotros, los millennials que nos criamos con los avances de la tecnología y en la época de las redes sociales, con videos hechos con IA, que una simple grabación haya causado tanto revuelo.


Sin embargo, Pie Grande y los mitos nos recuerdan la fascinación por lo desconocido, aquello que no siempre se puede explicar con la ciencia. Estas explicaciones, que son parte del folclore popular, muchas veces se vuelven objetos de consumo: pasan al cine, se convierten en documentales y se transforman en la primera explicación ante un suceso extraño: “Fue Pie Grande”.


Los mitos modernos —como Pie Grande, los extraterrestres, las teorías de conspiración o incluso los superhéroes— funcionan como un recordatorio de que no todo está explicado y de que seguimos necesitando relatos compartidos. Son experiencias construidas con fragmentos de narraciones y testimonios, donde cada nuevo avistamiento refuerza la idea y la convicción de que es real. Estos mitos actúan como pegamento social, generando comunidad, una identidad compartida: los que creen en Pie Grande. Porque creer en un mito o, al menos, hablar de él, genera comunidad. Por ejemplo, en EE.UU., los fans de Bigfoot se reúnen en ferias, convenciones o excursiones.


También los mitos nos ofrecen una explicación del mundo. Aunque la ciencia tenga respuestas, estos relatos brindan una forma emocional y cultural de interpretar lo desconocido. Esa narrativa compartida permite que la gente dialogue y reflexione sobre lo misterioso, lo peligroso o lo prohibido, y nos recuerda que no debemos aventurarnos al bosque sin estar preparados.


Contar mitos une generaciones: los abuelos hablan del Lobizón, los padres de la luz mala, los hijos de los ovnis en Capilla del Monte, los nietos de fantasmas, y los políticos… de honestidad. Esas historias mantienen viva la cultura popular.


Escape y entretenimiento


Los mitos modernos cumplen un rol parecido al del mate o la sobremesa: son excusas para juntarse, discutir y fantasear. Funcionan como un alivio frente a la rutina racional y tecnológica. Nos permiten decir: “la ciencia no puede explicar todo”.


Muchos mitos transmiten advertencias: “No salgas de noche”, “Respetá el monte”, “No te burles de lo desconocido”, “El pobre es pobre porque quiere”. Así, refuerzan normas colectivas sin necesidad de sermonear. En realidad, el bosque es peligroso, no porque exista Pie Grande, sino porque su historia nos hace salir preparados, estar alertas y ser astutos.


En síntesis: los mitos —antiguos o modernos— no son “mentiras” ingenuas, sino relatos colectivos que nos unen, nos dan identidad y nos permiten compartir miedos, esperanzas y entretenimiento. Todos tenemos nuestra experiencia con un monstruo, aunque los que más miedo dan son los que existen en la realidad: los pedófilos, asesinos, secuestradores y traficantes. Sin embargo, a un niño preferimos hablarle del lobo.


En cierta manera, los mitos nos enseñan a temerle a lo irreal. Aunque, como reflexionó Scooby-Doo, detrás del “hombre de la bolsa” realmente había un hombre… y seguramente con algo peor que una bolsa.


Los mitos vuelven el temor en entretenimiento. Nos reímos de ellos, hasta que ocurre algo que nos acerca a lo inexplicable, y entonces dudamos: ¿y si realmente existen cosas que la ciencia no puede explicar?


Los mitos, como forma de explicación accesible del mundo, funcionan especialmente para los sectores con menos instrucción formal, como una herramienta de comprensión inmediata. Donde la ciencia tarda en dar respuestas —o las da en un lenguaje técnico difícil—, el mito ofrece un relato sencillo, cargado de imágenes y moralejas.


Ejemplo: antes de que la meteorología se popularizara, la gente explicaba las tormentas repentinas como “la ira de algún espíritu o deidad”. Hoy sabemos que son fenómenos atmosféricos. Probablemente Pie Grande sea un oso, o un psicópata; pero mientras los científicos buscan pruebas, el conocimiento popular responde: “es esto”.



Mirar vs. observar


Todos vemos los mismos hechos, pero no todos los interpretamos igual. El mito da un marco que guía esa observación: alguien ve huellas grandes en el bosque; para un científico es erosión o un oso, para un creyente es Pie Grande.


Esa diferencia no es ingenua: revela cómo la cultura, la educación y la experiencia personal moldean lo que percibimos. El que fue engañado desconfía y el que fue asaltado también, pero no de la misma manera.


La ciencia necesita pruebas, replicabilidad y método. No puede afirmar sin evidencia sólida. Eso genera un vacío temporal: mientras la ciencia investiga, el mito ya ofrece una respuesta provisoria. Por eso los mitos son tan resistentes: llenan el hueco de lo inexplicable, incluso cuando después la ciencia logra una explicación más precisa.


En el fondo, los mitos modernos cumplen el mismo rol que los antiguos: son narraciones sociales que ayudan a convivir con la incertidumbre. Y aunque la ciencia avance, nunca desaparecen del todo, porque satisfacen la necesidad de sentido compartido más rápido que el conocimiento científico.


El Ratón Pérez y Papá Noel pueden parecer irrelevantes, pero vuelven el mundo de la infancia más maravilloso. También Pie Grande. El problema es cuando el mito tapa los peligros reales: el bosque es un lugar riesgoso por muchas razones, pero creer en Pie Grande no debe invisibilizarlas.


Los mitos le dan sentido a muchas cosas que no entendemos, y muchas cosas que nos negamos a entender. Al final Pie Grande es una historia, entre miles, pero la verdadera pregunta es ¿Qué nos enseña? ¿Por qué la necesidad de la misma? 



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