Más allá del fascismo: Trump, China y el fin de la globalización ingenua
Un análisis sobre cómo el trumpismo y el ascenso de China están reconfigurando el orden mundial, más allá de las formas tradicionales del fascismo.
Escrito por Rubén Felix Galvano
Muchos afirman que con el gobierno de Trump estamos viendo un auge del fascismo. Sin embargo, lo que realmente presenciamos es la fase crítica de un nuevo imperialismo económico global, que desde los años 90 ha basado su expansión en el neoliberalismo. Hoy, este modelo enfrenta su propia contradicción: una crisis de acumulación que genera tensiones entre las grandes potencias y despierta respuestas políticas que parecen un retroceso, pero que en realidad son intentos desesperados de sostener un sistema que ya no puede seguir creciendo como antes.
Lo primero que hay que entender es cómo se enmarca la política económica de Trump: un nacionalismo extremo y un proteccionismo económico, que plantea una posición de desconfianza hacia la globalización y las alianzas multinacionales. Al poner el énfasis en "América primero" o como decía su eslogan de campaña "hagamos grande a América otra vez", se necesita un enemigo interno —los migrantes— y externo —China— para justificar una política populista y personalista, que busca debilitar las instituciones para fortalecer la imagen de su líder. Aun siendo un tipo de política autoritaria, se aleja del gobierno fascista porque sigue buscando soluciones dentro de un capitalismo conservador y no en un control estatal total.
Trump, con este modelo, rompe con la derecha liberal y el neoliberalismo. Se trata de una política pragmática que busca fortalecer la industria de EE.UU., aunque para eso deba romper con el modelo de globalización que el país promovió durante décadas. El problema es que hoy las cadenas de producción están tan interconectadas que estas medidas generan inflación y crisis financieras, que muchas veces son aprovechadas por sectores de la burocracia financiera para obtener ganancias millonarias. Por lo tanto, una guerra de aranceles afecta más al consumo interno de Estados Unidos que al de sus adversarios, y repercute también en la economía global.
¿Existe una relación entre estas políticas y el primer gobierno de Trump? Sí, hay una clara continuidad, pero en un contexto global diferente. Muchas de las políticas actuales son una profundización de estrategias que ya había iniciado en su primer mandato. Ya había impuesto aranceles a China, pero hoy hay recesión global e inflación generalizada. También en su primer gobierno tuvo una política intensa con México y quiso construir un muro. Mostró hostilidad hacia la OTAN y pidió a Europa más gasto militar. Además, en su mandato tuvo una relación más amigable con Putin. Hoy, aún con una posición condenatoria hacia la guerra en Ucrania, el gobierno estadounidense reconoce la eficiencia que mostró la economía rusa ante las sanciones y el aislamiento.
El auge de la derecha a nivel mundial tiene cierta relación coyuntural con los nacionalismos de 1930, surgidos tras la Primera Guerra Mundial y la gran depresión. Pero el mundo actual está mucho más interconectado, y los sistemas democráticos tienen estructuras más sólidas para resistir al surgimiento de un nuevo fascismo. La crisis que alimenta este nuevo movimiento de derecha es, en gran parte, cultural: muchos sectores perciben sus valores como amenazados y buscan resistir ciertos cambios sociales como la cultura woke, el feminismo radical, el avance del islam, o la pérdida de valores del cristianismo. Por otro lado, la globalización, en vez de conectarnos más, generó un desastre emocional: personas bombardeadas por información que no saben cómo procesar. La interconexión exacerbó los conflictos al obligarnos a convivir con perspectivas opuestas. En vez de una integración, fue una coercitividad social sin una base moral o espiritual, donde el único derecho es consumir y acumular, sin saber por qué.
¿Cómo llegamos entonces a esta guerra comercial entre Estados Unidos, China y Rusia? ¿Y por qué hablamos de un nuevo imperialismo? Primero, con el atentado del 11 de septiembre, Estados Unidos se concentró tanto en su "guerra contra el terrorismo" que descuidó su economía. La crisis del 2008 obligó a inyectar una cantidad gigantesca de fondos públicos que debilitó aún más las economías occidentales. Mientras tanto, China, con el Banco de Desarrollo chino y una serie de proyectos económicos (como la Iniciativa de la Franja y la Ruta), consolidó sus relaciones comerciales con Latinoamérica, África y Asia. También aprovechó el auge de gobiernos progresistas en estas regiones para expandir su influencia. Su economía se afirmó y sus empresas tecnológicas comenzaron a competir con las estadounidenses.
Para 2016, cuando Estados Unidos despertó ante la amenaza, ni Obama, ni Trump, ni Biden lograron frenar el crecimiento chino. A esto se sumó el ascenso del soft power asiático, con su popularidad en redes sociales y cultura pop. Mientras tanto, Putin reordenó el poder en Rusia: organizó su economía para no depender de Europa, expandió su influencia regional y se asoció con China en alianzas estratégicas.
La pandemia evidenció la importancia de China en la economía global, y la guerra en Ucrania mostró que Europa ya no tiene una posición autónoma en la geopolítica internacional, mientras Rusia resurge como potencia regional.
Por lo tanto, estamos ante un nuevo imperialismo, porque la coyuntura económica y política se asemeja a la de la preguerra mundial: potencias disputándose territorios económicos mientras enfrentan tensiones internas. El movimiento Black Lives Matter, la reacción derechista contra migrantes en Europa, la persecución a cristianos y opositores en China, son sólo algunos de los síntomas.
Pero esta vez hay solo dos potencias, porque el neoliberalismo generó tal concentración económica que el mundo quedó reducido a un duopolio de actores globales.
Ante la falta de ideas y habiendo intentado todas las recetas, el segundo mandato de Trump representa un timonazo, un giro brusco hacia versiones de economías cerradas propias de principios del siglo XX. No es un regreso al Estado de Bienestar, sino una apuesta por un proteccionismo reactivo.
Entonces, la pregunta queda abierta:
¿Qué tan cíclica es la historia?
¿Será esta una nueva guerra solo comercial o se expandirá a otros planos?
¿Estamos frente a una nueva fase del capitalismo?
¿Los Estados pueden volver a ser impermeables en una era global?
¿Es posible sostener un orden internacional basado en desconfianza y competencia sin caer en el conflicto abierto?
Soy Rubén Félix Galvano. Escribo sobre geografía, sociedad y cultura.
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