Globalización, obsolescencia y cuerpos descartables: una sociedad adicta al consumo
Una reflexión sobre el documental : comprar, tirar, comprar.
Vivimos en un sistema globalizado que genera continuidades, pero también descartes. Este proceso tiene raíces que se remontan al siglo XIX y se profundizan en el siglo XX. Un ejemplo paradigmático es la llamada obsolescencia programada, que comenzó con un acuerdo entre fabricantes de bombillas eléctricas para reducir su duración a la mitad, creando artificialmente la necesidad de reemplazarlas con mayor frecuencia.
Desde entonces, la lógica de producción y consumo ha cambiado: ya no se trata de crear objetos duraderos, sino de impulsar una rueda constante de consumo. El caso de los autos es ilustrativo. Mientras Henry Ford fabricaba vehículos simples y funcionales, sus competidores optaron por modelos más vistosos, con cambios estéticos sin innovación funcional. Así nació la práctica de lanzar un modelo nuevo cada año, inaugurando una cultura donde lo nuevo reemplaza rápidamente a lo anterior, no por necesidad, sino por deseo inducido.
Este fenómeno ha tenido consecuencias ambientales graves. Muchos productos se fabrican con materiales no renovables —plásticos, metales, minerales— que generan desechos difíciles de gestionar. Se descarta un celular, una prenda o un electrodoméstico no por estar roto, sino porque perdió vigencia estética o simbólica. El planeta no puede sostener este ritmo: estamos generando basura a una velocidad mayor que la capacidad de recuperación de la Tierra.
Esto se evidencia claramente en cómo los países periféricos sostienen tanto la producción como los residuos del sistema global de consumo. América Latina, África y algunas regiones de Asia son proveedoras de materias primas —litio, coltán, cobre, soja, petróleo— que permiten fabricar los objetos de alta tecnología o sostener la cadena alimentaria de los países centrales. A cambio, reciben poco valor agregado, condiciones laborales precarias y, muchas veces, la carga ambiental del descarte: desde vertederos electrónicos ilegales en Ghana hasta desmontes masivos en el Amazonas. El llamado "colonialismo de residuos" se expresa cuando los países desarrollados exportan su basura tecnológica a estos territorios, donde la gestión ambiental y los derechos laborales suelen ser más laxos o vulnerados.
Este sistema de consumo desigual funciona a través de la publicidad, la estética y la seducción constante de lo “nuevo”. Sin embargo, esta lógica está desconectada de la realidad demográfica y ecológica del planeta. Si todas las personas del mundo tuvieran el mismo nivel de consumo que los países más ricos, el colapso ambiental sería inminente. Paradójicamente, el hecho de que la globalización sea desigual es lo que evita, por ahora, una catástrofe aún mayor.
Pero el descarte no se limita a los objetos. En el siglo XXI, el cuerpo también ha sido incorporado a esta lógica. Las redes sociales y los medios imponen estereotipos de belleza y normalidad que convierten los cuerpos en objetos de consumo visual. Aquellos que no se ajustan a estos moldes —por su edad, forma, capacidad, origen— son invisibilizados o descartados. Basta ver cómo muchos medios eligen a “la chica del clima” por su estética antes que por su formación. O cómo los migrantes y trabajadores invisibles que sostienen el sistema no tienen voz ni representación.
La lógica del descarte alcanza incluso al conocimiento. En una cultura de consumo rápido, se privilegia la información que puede recibir un “me gusta”, reduciendo la profundidad del saber a frases virales. Así, también se descarta el pensamiento crítico.
Podemos cerrar con una imagen poderosa: Toy Story. A simple vista, es una película sobre juguetes, pero en realidad es una metáfora de la obsolescencia. Los juguetes antiguos son reemplazados por otros más modernos, no porque hayan dejado de funcionar, sino porque ya no despiertan el mismo entusiasmo. Esto ya ocurría en los años 80 con series como He-Man, She-Ra, Transformers o Ositos Cariñositos, que no contaban historias profundas, sino que funcionaban como excusas para vender figuras y accesorios. Lo mismo sucede con las personas: las redes y los medios buscan constantemente "la nueva cara", "la actriz del momento", y cuando esa persona ya no genera consumo, es reemplazada, sin considerar su talento o valor humano.
Esta sociedad no solo consume productos, consume vidas. El consumo desmedido, basado en el placer inmediato, convierte al ser humano en un adicto que confunde deseo con necesidad. A nivel biológico, nuestras hormonas están diseñadas para regular necesidades, pero el sistema estimula las del placer, generando un círculo vicioso que no se detiene. Por eso, la obsolescencia no afecta solo a los objetos, sino también a los vínculos, a las ideas, a las personas. El mundo se ha vuelto adicto... y aún no se ha dado cuenta.
Soy Rubén Félix Galvano. Escribo sobre geografía, sociedad y cultura. Si mis textos te sirven para pensar o enseñar, aceptamos donaciones,para mantener el blog, mejorar el contenido y seguir investigando.
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