Cristianos y ciudadanos: Dos caminos, una sola fidelidad
De todas las veces que he abordado este tema a lo largo de estos últimos cinco años, en trabajos para el seminario, textos para mi libro y el blog, siempre lo he hecho sobre una premisa inconclusa. Nuestra primera pregunta nunca debería ser si los cristianos debemos involucrarnos en política, sino cómo debemos vivir la ciudadanía como cristianos en el siglo XXI. Pero, para poder analizar el presente, siempre es necesario un vuelo de pájaro sobre la historia.
La Primera Revolución, la Gloriosa, en 1688, limitó el poder del rey, estableció la monarquía parlamentaria y garantizó los derechos civiles, el sufragio, la libertad de culto y de opinión.
La Revolución Norteamericana, en 1776, no solo instituyó el primer gobierno representativo y republicano, sino que redactó una constitución y estableció que el poder político deriva del consentimiento de los gobernados.
Y la Revolución Francesa, en 1789, proclamó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano: aparece así el concepto moderno de ciudadano como sujeto de derechos.
Por último, en América Latina, el fin del orden colonial —entre 1810 y 1827— dio origen a las repúblicas y a las ciudadanías latinoamericanas, aunque con limitaciones elitistas y profundas tensiones sociales heredadas de la colonización.
Estos procesos, junto al desarrollo del capitalismo, los derechos sociales, políticos y civiles, y la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, forjan nuestro concepto actual de ciudadanía. Un concepto muy diferente al de los tiempos de Pablo, de Jesús o de muchos cristianos en la historia, que vivieron como súbditos y no como ciudadanos.
Nosotros, cristianos y ciudadanos, creemos en la soberanía popular, el voto, la división de poderes, y adherimos al contrato social. Somos parte de sistemas republicanos y participativos: decidimos, influimos, construimos.
Por eso, aunque un cristiano no opine públicamente de política, su sola ciudadanía lo hace parte de la vida política.
En la Iglesia Primitiva hubo hermanos que, participando en núcleos de poder, avisaban por dónde pasaría la persecución. Ha habido cristianos como Abraham Lincoln, que luchó contra la esclavitud en EE.UU.; Martin Luther King, que reclamó derechos para los afrodescendientes; William Wilberforce, que lideró el movimiento antiesclavista en Reino Unido; y tantas personas invisibles, en cada distrito, que desde la política combaten injusticias.
Los cristianos hacemos política cuando ayudamos, porque las acciones de misericordia hoy son derechos en nuestras sociedades.(tema abordado en el texto titulado: justicia social: entre la responsabilidad y la misericordia. )
Sin embargo, también es cierto que muchos políticos han utilizado los valores cristianos como herramientas de marketing, apelando a la fe del pueblo para ganar votos, manipular conciencias y justificar decisiones que poco tienen que ver con el Evangelio.
Este texto propone reflexionar sobre cómo la doble ciudadanía —espiritual y civil— configura nuestra relación con el poder, con los sistemas democráticos y con los desafíos éticos y espirituales del siglo XXI.
El ciudadano Jesús
Jesús fue un ciudadano diferente. Primero, porque en su época no existía la ciudadanía como la concebimos hoy. Segundo, porque era Dios hecho hombre.
Aun así, fue presentado y circuncidado al octavo día, como ordenaba la ley mosaica (Levítico 12), tal como relata Lucas 2:22–24. Pagó impuestos al templo (Mateo 17:24–27), y también trabajó (Marcos 6:3).
Jesús, siendo Dios, asumió la condición humana y fue un ciudadano de su tiempo. Pero también fue un actor político: el Reino de los Cielos es espiritual, y Jesús fue su embajador en la Tierra.
No buscó el poder humano, ni usó métodos de dominación. Dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36).
Su mensaje tuvo un impacto político, porque su ministerio comenzó leyendo Isaías 61, anunciando un reino con nuevas reglas: justicia, perdón, igualdad (Lucas 4:16–21). Amor al enemigo, servicio a los pobres.
Desafió a los poderosos de Israel, a los religiosos. No se defendió de Herodes (Lucas 23:8–9) . Frente a Pilato, aclaró que no le interesaban ni el poder ni la política de este mundo (Juan 18:33–37).
Cuando los discípulos le preguntaron si restauraría el reino de Israel (Hechos 1:6–8), respondió con una comisión espiritual.
Jesús fue un ciudadano, un embajador. Su doctrina sacudió al mundo antiguo, sin buscar el poder como fin. Hizo política sin ser político. Su reino espiritual transformó la vida, desafió estructuras y abrió caminos de justicia. Caminos que requieren un nuevo tipo de gobierno: el de Dios entre los hombres.
Jesús encarnó una ciudadanía transformadora, no basada en la conquista del poder, sino en la renovación del corazón humano, volviéndolo a Dios.
Entre el Reino y la República
Entonces, si Jesús confrontó a los poderosos, a los religiosos, y anunció un Reino, ¿por qué nosotros nos dejamos seducir por quienes buscan poder disfrazados de luz?
Como dijimos, hubo grandes cristianos que hicieron política con integridad. El expresidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, gobernó con valores cristianos, sin usar la fe como herramienta política. Por eso ganó el Premio Nobel de la Paz, y bien merecido.
Pero muchas veces los cristianos apoyamos a lobos disfrazados de corderos, con ideologías que contradicen el Evangelio en aspectos tan básicos como el amor al prójimo.
Muchas veces los cristianos hemos sido engañados para que sigamos agendas de poder disfrazadas de fe. Politicos que usan símbolos cristianos, pero luego persiguen políticos, quitan medicamentos a los pobres, incumplen la ley, hacen negocios millonarios, provocan guerras.
Usan el cristianismo como herramienta de poder, aprovechándose de la ausencia de cristianos visibles en el sistema político.
Mientras tanto, los verdaderos políticos cristianos están demasiado ocupados sirviendo en humildad, cambiando el mundo de persona en persona.
No hay que confundir la posición política con la idolatría política. No debemos depositar nuestra fe en nombres que no tienen a Dios en el corazón. La fe es sagrada: solo se reserva para Dios y para la comunidad de hermanos en Cristo
Con discernimiento y propósito
Pero somos cristianos, somos embajadores de un Reino, y hacemos política sin ser políticos.(tema abordado en el texto titulado: justicia social: entre la responsabilidad y la misericordia. )
Dietrich Bonhoeffer, pastor alemán que resistió a Hitler, denunció la “gracia barata” y llamó a un discipulado comprometido, dispuesto a enfrentar incluso al poder.
Jacques Ellul, en La política del Reino, afirmó que toda política humana está corrompida por el pecado, pero que los cristianos están llamados a actuar desde el Reino, con discernimiento y sin idolatrías ideológicas.
El Reino de Dios tiene consecuencias políticas, pero no es política.
John Howard Yoder enseñó que el Reino de Dios no impone, sino que se expresa en amor, servicio, libertad y justicia.
Entonces, ¿cómo seguimos?
Hoy, más que nunca, debemos hacer política con un propósito claro: expandir el Reino, como lo hicieron tantos cristianos comprometidos antes que nosotros.
La política no es el fin. Es, a pesar de todo, un medio para llevar el Evangelio a la vida pública.
No se trata de defender partidos, ni de atarnos a nombres, ni siquiera necesariamente de presentarse a elecciones. Pero sí está claro que debemos empezar a construir desde el centro de la fe.
No podemos seguir permitiendo que otros usen a los cristianos para marcar su agenda.
Debemos ser nosotros quienes marquen la agenda política, con la mejor justicia, con verdad, y —sobre todo— con oración.
Escrito por Rubén Felix Galvano: geógrafo, docente y analista social.
Filipenses 3.17 "Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros."
ResponderEliminar1 Corintios 1.11 "Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo."