Dios y los políticos
Ayer, al escribir este texto, lo hacía bajo una premisa simple. Como dice el versículo bíblico: "Maldito el hombre que confía en el hombre" (Jeremías 17:5, NVI). Por lo tanto, muchos de los que militan en épocas de elecciones a corruptos y mentirosos, se estarían maldiciendo.
Otros versículos nos dicen: "Bendito el hombre que se abriga en la sombra del Omnipotente" (Salmo 91:1, NVI). Dios nos llama a una ciudadanía espiritual, pero no siempre logra lo que quiere.Veamos el relato de la elección de Saúl como Rey de Israel. Dios no tenía como plan que el gobierno de su pueblo fuera por línea sucesoria sanguínea; Él elegía, como en la época de los jueces, a los indicados para gobernar al pueblo. Sin embargo, cuando Israel pidió un Rey, Dios no lo quería, pero lo permitió.
¿Por qué? Este planteo es muy similar a cuando a Noé Jehová le ordena: No obligues a nadie a entrar al arca, pero anuncia que llegará el diluvio (Genesis 6). O en el Edén, cuando Dios pone el árbol del bien y del mal en el medio del huerto, no lo escondió. Entonces, ¿los gobernantes malos son voluntad de Dios o culpa nuestra? Porque sí, los gobernantes son voluntad de Dios; la palabra explica que Dios pone y quita reyes. Su Providencia usa a hombres para su voluntad como siervos de su propósito, como a Nabucodonosor: "He aquí él es mi siervo" (Jeremías 25:9, NVI). Pero a Israel le dio un Rey por pedido del pueblo, aunque Él no lo quiso (1 Samuel 8:7, NVI).
Este dilema plantea preguntas sobre cómo se entrelazan la voluntad divina y la responsabilidad humana. Aunque Dios tiene un plan y usa incluso a gobernantes menos ideales para cumplir sus propósitos, la elección de líderes también recae en la responsabilidad y libre albedrío de la humanidad.
Es interesante notar cómo a lo largo de la Biblia se destaca la importancia de la libre elección y la responsabilidad del ser humano en sus decisiones. El episodio de Noé y la presencia del árbol del bien y del mal en el Edén subrayan la libertad de elección y la responsabilidad individual ante las decisiones morales. Esta temática refleja la relación entre Dios y la humanidad, donde se concede la libertad de elección, aunque a veces las decisiones no coincidan con los designios divinos.
En su carta a los Filipenses, Pablo destaca dos verdades fundamentales sobre este tema: "Nuestra ciudadanía está en los cielos" y "yo no me glorío en la carne" (Filipenses 3:20, NVI). Estos versículos subrayan la identidad espiritual sobre cualquier afiliación terrenal y la renuncia a confiar en logros humanos.
Dios establece principios políticos claros en su Palabra, instando a ayudar a los pobres, visitar a los presos, asistir a los enfermos, cuidar a las viudas y adoptar a los huérfanos. Estos actos reflejan el corazón de Dios en relación con la justicia social y el cuidado compasivo. Tendríamos que votar siempre en esa dirección.
Aunque Dios tiene un proyecto definido, respeta la libertad de los hombres al no imponer sus leyes, ni obligarnos que lo amemos. Pero a diferencia de la ley humana, la ley divina se centra en el amor a Dios y al prójimo. Nosotros como Cristianos estamos obligados a cumplirla.
Entonces, ¿le interesa a Dios la política? Sí, especialmente cuando se trata de cumplir su propósito, pero también permite que elijamos mal, ya que no nos obliga a subir al arca ni a abstenernos de morder el fruto. Dios nos explica las consecuencias de no ponerlo primero y de depositar nuestra esperanza en los hombres. En última instancia, nos invita a elegir conscientemente y vivir de acuerdo con sus principios amorosos.
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